miércoles, 18 de noviembre de 2009

El Encuentro




Era cerca de medianoche, los aullidos de los perros no cesaban, la bruma era espesa carente de luna, por la zona de la paz se oía cantar el jolgorio de la noche plena. Noctámbulas las voces, sombríos los sonidos; la funeraria quieta sin más que el hondo respirar del ensoñado descanso de quienes habitan ahí para vender otro féretro. La oscuridad de la noche, la bohemia del callejero deambulando en el silencio de una noche austera, hizo para aquel entonces en su interior, conmemorar un pasado de cánticos vaporosos, un pasado de olores y colores lejanos; de indescriptible sensación y ocre sabor.

La noche se hacía eterna en su soledad acompasada por la esperanza eterna del amor que al amanecer la esperaba, sentado bajo un paradero, fumando un cigarrillo y mirando al sendero donde ella caminaba a su encuentro. Era ansiada aquella alborada, para encontrarse nuevamente con aquel beso, cuyos cuerpos fueron cubiertos por el mantel del descanso eterno.